Estados Unidos considera usar perros robots para cuidar frontera

2022-09-03 11:40:03 By : Mr. HE KIMI

Unos perros robots capaces de moverse por los terrenos más inhóspitos podrían patrullar la porosa frontera entre Estados Unidos y México, por la que entran clandestinamente migrantes en busca de una vida mejor.

Estados Unidos anunció esta semana que considera desplegar a perros robots preparados para ayudar a las fuerzas de seguridad en la vigilancia fronteriza.

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“La frontera sur puede ser un lugar inhóspito para el hombre y la bestia, y este es exactamente el motivo por el cual una máquina puede sobresalir allí”, afirma Brenda Long, jefa del Directorio de Ciencia y Tecnología del departamento de Seguridad Interior (DHS) estadounidense en un comunicado.

Se trata de perros robots, que forman parte de lo que se conoce como vehículos de vigilancia terrestre automatizados o AGSV.

El equipo tecnológico del DHS propone estas máquinas a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) para ayudar a los agentes y “al mismo tiempo aumentar su nivel de seguridad”.

Desde el comienzo se pensó en drones terrestres de cuatro patas. Para diseñarlos el DHS colaboró con la compañía Ghost Robotics, que ya tenía experiencia en este tipo de máquinas.

Según Gavin Kenneally, director de productos de Ghost Robotics, el perro robot pesa 45 kilos y fue concebido para el tipo de trabajo que necesita en la zona fronteriza.

“Es un robot cuadrúpedo resistente. Atraviesa todo tipo de terreno natural, como arena, rocas y colinas, así como entornos construidos por personas, como escaleras”, afirma, citado en el comunicado.

A lo largo de la frontera “se da el comportamiento delictivo estándar pero (…) también puede haber tráfico de personas, narcotráfico, así como otros contrabandos, como armas de fuego e incluso potencialmente armas de destrucción masiva”, explica en la nota el agente Brett Becker del Equipo de Innovación de la CBP (INVNT).

“Estas actividades pueden ser llevadas a cabo por cualquiera, desde una sola persona, hasta organizaciones criminales transnacionales, terroristas o gobiernos hostiles, y demás”, dice Becker.

En el desierto o las montañas, los agentes y oficiales tienen que lidiar con el terreno accidentado, mucho calor y humedad y además, por supuesto, pueden encontrarse con aquellos que quieren causar daño”, afirma.

“Pero, advierte, también hay muchos peligros cerca de casa”, como cuando van “a pueblos, ciudades o puertos” y se topan con condiciones “inherentemente peligrosas”.

El equipo trabaja en el proyecto desde hace dos años y medio y ha evaluado a los perros robots para determinar si están “a la altura”.

Fueron enviados a una instalación en Lorton, Virginia, para equiparlos con cámaras de vídeo y sensores que permiten transmitir información en tiempo real y datos a las personas que los monitorean.

En ese lugar, el equipo también probó si se pueden manejar desde un ordenador portátil o por control remoto y la forma en la que se desplazan sobre el asfalto, la hierba y las colinas.

Los perros robots aprobaron estos exámenes y pasaron a la siguiente fase, en El Paso, Texas, para ver cómo se desenvolvían en condiciones reales.

Para ello colaboraron con unidades del ejército estadounidense y tuvieron que maniobrar en entornos hostiles, bajo temperaturas altas y con poco oxígeno.

Los perros están diseñados para poder acoplarles distintas cámaras (térmicas, de visión nocturna, con zoom) y sensores (químicos, biológicos, radiológicos…).

Cuando están en funcionamiento permanecen conectados con el operador a través de frecuencias estándares como la radio, Wi-Fi, GPS u otras. Fueron probados en colinas, barrancos, rocas y cargando peso y dieron resultado.

Acto seguido pasaron a instalaciones cubiertas, donde tuvieron que esquivar a individuos hostiles, moverse por pasillos y subir escaleras.

Demostraron después sus habilidades en una zona desértica, donde ejercieron de centinelas, noche y día, y en inspecciones en el interior y debajo de los vagones del tren.

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Se desconoce si estos perros robots llegarán algún día a vigilar la frontera, por la que cruzan los migrantes, muchos de ellos centroamericanos, huyendo de la pobreza y la violencia.

En 2021, la policía de Nueva York se desprendió de su perro robot por las reticencias que despertaba entre la población.

Pero el DHS no descarta su uso: “No se sorprenda si en el futuro vemos al robot”Fido” en el terreno, caminando junto al personal de la CBP”.

A Karen Caballero la asaltó una “pesadez inexplicable en el pecho” la noche del sábado 25 de junio de 2022. Los muchachos ya no se comunicaban.

Dos días después, alrededor de las 8:00 de la noche, recibió una alerta noticiosa del canal honduñero HCH en su celular. Decenas de migrantes habían muerto de calor dentro de un camión que fue localizado cerca de la ciudad de San Antonio, en el estado de Texas.

Karen buscó en Google y Facebook los teléfonos de los consulados hondureños en Estados Unidos, de hospitales y comisarías, para averiguar si sus dos hijos y su nuera figuraban en la lista de víctimas.

Eran las 2:00 de la mañana y nadie respondía.

Margie Paz Grajera (24), Alejandro Andino Caballero (23) y Fernando Andino Caballero (18) son tres de los 53 migrantes que fallecieron dentro de un tráiler que trasladaba a 62 personas provenientes de México, Guatemala, El Salvador y Honduras.

Murieron tras permanecer encerrados dentro de un tráiler a 40 grados centígrados sin ventilación.

“¿Cómo siendo yo una madre tan sobreprotectora, pude dejar que a mis hijos les sucediera lo que les sucedió?, se preguntó Karen en conversación con la BBC. “Si mis hijos no regresaban a las 10:00 de la noche, yo era capaz de salir caminando a buscarlos hasta que me los traía a la casa”.

Karen habla con calma y aplomo, aunque reconoce que no ha tenido tiempo de llorar, desbordada por las llamadas de tantos familiares, amigos y periodistas.

“Cualquiera piensa: ‘A esta mujer no le duele, esta mujer no sufre’. Pero la verdad es que tengo que mantenerme fuerte porque tengo que resolver esto. Como mamá, todavía tengo que traer a mis niños a casa”.

Karen recuerda que Alejandro y Margie se hicieron novios cuando estudiaban juntos en un colegio adventista en Las Vegas de Santa Bárbara, un pueblo ubicado a 200 kilómetros de la capital hondureña de Tegucigalpa.

“El primer año de novios se casaron en el árbol de las bodas del colegio, con anillos de papel. Tenían 17 y 18 años”, cuenta Karen.

Margie ingresó en la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Honduras, y Alejandro se inscribió en Mercadotecnia en la Universidad de San Pedro Sula.

Cada día recorrían más de 100 kilómetros hasta San Pedro Sula, un par de horas en autobús que debían tomar durante la madrugada para llegar a tiempo a la primera clase.

“Me iba con Alejandro cuando le tocaba irse en la madrugada para San Pedro. Él me decía: ‘Mamá, me da pena. Yo soy un hombre’. Y yo le respondía: ‘No te tiene que dar pena. Yo soy tu mamá'”.

Margie y Alejandro terminaron la carrera y se quedaron en San Pedro Sula. Seguramente habría más posibilidades de conseguir buenos empleos que en el pueblo. La mejor oportunidad que encontraron fue trabajar como operadores en un call center.

Karen celebró cuando Margie y Alejandro compraron su primer refrigerador. Cada electrodoméstico, cada mueble, reforzaba la convicción de que habían tomado la decisión correcta al estudiar en la universidad y dedicarse a construir una carrera profesional.

Con el paso del tiempo, los sueldos de la pareja se volvieron tan precarios que Karen y su madre, la abuela de Alejandro, replantearon el presupuesto familiar para ayudarlos con víveres y dinero para cubrir la renta cada mes.

La abuela de Alejandro tenía un restaurante de comida buffet en Las Vegas de Santa Bárbara, donde Karen aprendió a manejar el negocio. Luego montó su propio restaurante, pero quebró durante la pandemia por el coronavirus.

La situación económica familiar se estrechó después de la pandemia. Karen debía ayudar a su hija Daniela y a su bebé de siete meses. Fernando, el menor de los tres, decidió abandonar la escuela durante el confinamiento.

A diferencia de sus hermanos mayores, Fernando no quería ir a la universidad. Soñaba con jugar fútbol como Lio Messi. Aunque no se aplicaba en los estudios, Karen admiraba su ambición, un impulso más afín a la mentalidad comerciante de la abuela que a la vocación académica de Alejandro y Margie.

“Imagínese mami, si aquí no hay trabajo para los que estudian, ¿qué me va a quedar a mí que no estudié?”, preguntó Fernando a Karen cuando le contó su intención de emigrar a Estados Unidos.

Aunque sus hijos eran adultos y tomaban sus propias decisiones, Karen sabía que podía persuadir a Fernando para que se quedara en Las Vegas de Santa Bárbara y ayudara en el restaurante de la abuela. Todos habían trabajado alguna vez en la cocina o en la caja registradora del negocio.

Sin embargo, Karen estaba de acuerdo con su hijo. Un mundo de posibilidades se abriría una vez que cruzara la frontera entre México y Estados Unidos.

La propuesta inicial era que Fernando viajara solo. Pero Alejandro y Margie se animaron a acompañarlo.

Alejandro era lo más parecido a un padre para su hermano menor, cuenta Karen a la BBC. Su ecuanimidad y temple lo convirtieron en la persona a quienes todos en la familia acudían cuando había un problema por resolver.

La opción de viajar a Estados Unidos por avión fue descartada desde el principio. Ninguno tenía visa ni dinero suficiente para comprar los boletos. Hicieron una colecta familiar y buscaron a las personas que los ayudarían a llegar a Estados Unidos.

En entrevista telefónica con la BBC, Karen se negó a revelar detalles sobre los arreglos del viaje: cuánto había costado, cómo lo planificaron o cuál era la ruta.

Karen, sus hijos y su nuera tomaron un taxi hasta Guatemala para despedirse antes de que siguieran el trayecto hacia México. Recorrieron la ciudad de Antigua, y quedaron maravillados por la vestimenta de los pueblos indígenas. Se conmovieron al ver cómo las mujeres cargaban a los niños a sus espaldas.

Margie, Alejandro y Fernando siguieron el camino a través de México. Durante 20 días se comunicaron con Karen a través de Whatsapp para ponerla al tanto de las novedades del viaje.

Karen todavía no sabe cuándo serán repatriados los cuerpos a Honduras.

Mientras conversaba con la BBC, recibió una llamada: “Es de la Casa Presidencial de aquí. Yo le devuelvo la llamada”.

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