Crónicas del subsuelo: La aparición - Mendoza Post

2021-12-27 11:37:06 By : Mr. James Guo

 El efecto de refractación del sol en el desierto genera visiones particulares en los paseantes del final del túnel. Llegando al Portinbanky, el bar de los pasionarios Shebel and Mitchel (forasteros inversores), el descanso parecía estar al alcance de la mano. El bar estalla pleno de turistas de los lugares más recónditos del planeta. En ese pedacito de tierra, oblicuamente, se anunciaba la aparición de las Vírgenes de Linternaia. "La Aparición" se producía cada cien o doscientos años y parece que ésta vez tocaría de nuevo. Son esos fenómenos que suceden para las noticias de cultura general y que las revistas de divulgación de misterios comunican con fotos tomadas por naves espaciales que dronean por la zona, registrándolo todo a su paso. Nadie estaba al tanto de lo que iba a suceder en tan solo unas horas. El tren supuraba por sus ventanas un aceite hediondo que con el sol goteaba y quedaba en el piso de la estación burbujeando por el calor, ese aceite tendía a evaporarse, sin embargo, y por el contrario, a más sol... más consistencia.

La estación pegada a La Herboristería de los Brujos tenía una particularidad: los rieles no estaban bien encajonados. Por eso cuando llegaban las unidades, el chillido que producía la máquina comandante era tremendo. El aceite debía venir de las poluciones de los ébanos que rodean el esquinero de la montaña, donde fragua la marcha hecatómbica de golpe, sin rechines; el maquinista podía gritar, los pasajeros cerrar los ojos hasta que pasara ese ruido infernal de la llegada. Al lado del bar descargan su equipaje los que vienen y un centenar de orientales corren a ofrecerse para transportar los trastos que se llevarían corriendo a puro lomo de cabritas vitriólicas, únicas en su estirpe en extinción. Pasear en cabra y subir la loma para mirar desde allí las apariciones, era el plan. El arcoíris anunciaba que algo iba a suceder pero no siempre sucedía. Por eso cada año se hacía el evento, por las dudas; dándose a la fuga con las maletas recargadas para pasar una temporada, los orientales taimados de barro hasta los dientes, se metían a los baños públicos donde todo podía suceder, hasta las más escalofriantes escenas de idiotez hierática. Orgiaban constante en el pruebe de los ropajes.

En el Neptuno, el vientre caliente de la Virgen número uno explota y el chorro de sangre impacta contra los vidrios de la fonda. El júbilo se apodera del bar de los forasteros, y sí, es la anunciación de la primera Virgen que desde hace poco menos de cien años no aparecía. El desierto adquirió el color de los mares negros donde ni las aves van, por más revolución en el agua y choques de barcos de naufragio dejen en el piélago escamas de los primeros hombres ahogados. Era el sol que producía por calentamiento el estallido del vientre de la Virgen. El pegoteo en el vidrio del bar de los forasteros hiede. Los orientales están en los baños públicos haciendo de las suyas: probándose ropas ajenas y como gárgolas a las carcajadas salen por el poblado vestidos de turistas. Espantando a los niños y a las niñas. La desposesión por encantamiento era el método de los orientales y pudo ser el día de la última vez que por generaciones lo avistaran. Las velas se ordenaban a la carta.

Una orquesta de cítaras ensambla los sonidos del mar y del viento que retumba en las laderas. Los turistas no paran de beber el destilado de la zona. Se sabe ya, en Malasya, los brebajes son de tomarse en rituales pero el turismo no entiende de esas cosas y se bajan dos, tres, cuatro botellas por mesa. El turisteo queda dormido en las mesas desparramadas. El día es noche y la noche, doble noche. Es decir, cada un día, luego le sucedían dos noche pegadas, una a la otra, sin un solo tajo de luz que dividiera. La playita de abajo llena de animales monstruosos que no dejaban a nadie acercarse. Un cocodrilo con patas de flamenco ladró al primer intruso y este no le hizo caso. Siguió por su intensísima curiosidad hasta las faldas del agua, donde se mezcla el barro con la arena. Pisó en falso y se lo tragó el pozo. Primera desaparición ante la primera aparición.

Los orientales volvieron a los baños públicos. Ya se habían cansado de asustar a los niños y se dice que faltaban al menos cinco gurrumines de los que habían llegado con sus familias en el tren. Suponemos que fueron devorados en las costas, donde siempre van los niños a tirarle piedras a los barcos que pasan cerca. Ni un solo rastro. Ni de los niños ni del hombre que fue tragado por el pozo. Cuando despertaron de la celebración, una línea perfecta dibujaba en el horizonte a la tropa de los orientales. Habían salido de los baños públicos ya sin ropa, y desnudos empezaron a reptar hacia el bar de los forasteros. Acercándose, como hormigas, para devorar el sueño de las visiones hecatómbicas.